Por: Manuel Gonzáles Ruíz de Zárate
Hoy almorcé en un lugar muy bonito. Esto pudiera sonar realmente extraño si quien lo dice es alguien con conocimientos académicos de teoría e historia del arte y se gana la vida como arquitecto.
Los adjetivos bonito y feo son marcados por la academia como vulgares o ambiguos, por lo que se desechan en la mayoría de los discursos especializados pero hoy, realmente, almorcé en un lugar muy bonito. El término, al menos en mi ciudad, se viene empleando cada vez con mayor frecuencia para calificar los espacios en desuso y que, por alguna decisión acertada, han sido rescatados y decorados por artesanos.
En sus inicios un almacén contiguo a una gasolinera, el sitio en cuestión es un restaurante llamado “El Peregrino”. Su forma asombra por lo simple, una cubierta de hormigón armado, a dos aguas que corona un prisma de base rectangular. Una de las caras del volumen se abre en una pared cortina de vidrio, de esta forma, la bahía de Matanzas queda enmarcada en un cuadro más que espectacular. Las terrazas escalonadas, al fondo, guían de forma segura por los riscos, el interior ricamente decorado dialoga de forma apacible con el entorno.
Así como en “El Peregrino”, gran número de soluciones decorativas olvidadas resurgen, aún con la pereza que caracteriza un letargo de aproximadamente sesenta años. Paso a paso los artesanos redescubren, recrean y cualifican locales, por lo general con una marcada tendencia Pop.
Esta práctica, cada vez toma mayor fuerza. Quizá no esté lejano el día en que el oficio de decorador de interiores regrese del olvido. Los profesionales, salvo contadas excepciones, recurren cada vez a soluciones más manidas y en ningún caso se llega a la tan promulgada excelencia en el detalle. El contraste entre lo facturado por artesanos y por constructores es cada vez mayor en detrimento de los segundos.
Las obras de los arquitectos en la urbe adolecen de carga conceptual y caen por consiguiente en un pastiche de aluminio, vidrio y gres cerámico. El legado de la manufactura y lo vernáculo se desecha. El resultado no se hace esperar, los arquitectos, al despojarse de la componente artística se transforman en tecnócratas, no hacen arquitectura, sino que se conforman con la mera construcción.
Estas soluciones artesanales aunque con altibajos, contribuyen al florecimiento de la ciudad, cada espacio se apropia de una identidad irrepetible que lo aleja de la estandarización, del más crudo movimiento, moderno. El camino, sería a mi parecer, el del equilibrio entre las tradiciones, lo artesanal y la conceptualización propia de las obras arquitectónicas.
Por mi parte, prefiero vivir rodeado de todo este bonito que ya con mayor frecuencia nos sorprende.
hermoso comnetario o mejor dicho: qué bonito!
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